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Cada vez que me embarco en un reto deportivo de alta exigencia tengo sentimientos encontrados. Y como sabréis, no lo suelo hacer como protagonista y ‘sufridora’, sino como animadora, teniendo siempre muy presente el importante papel que los animadores venimos a desempeñar, y el efecto que causa en las personas que queremos ese apoyo gratuito que les damos.
Y vuelvo a lo de los sentimientos encontrados porque si bien en muchas ocasiones llego a sentir pena y compasión por aquellas personas que realizan los más locos retos deportivos, al final lo que más claramente llegas a sentir por ellos es admiración, por ser capaces de, frente a las dificultades y el sufrimiento, dar un golpe firme sobre la mesa y sonreírle a la VIDA.
Este fin de semana, he vuelto a tener un reto de los locos sobre la mesa. Y no con mi pareja y amigos, que suele ser lo más habitual, sino con mis compañeros de nido. Además, el desafío era mucho mayor que otras veces, pues además de animar al equipo, debíamos ‘trabajar’ duro como equipo de apoyo crucial, garantizando la comida a nuestros compañeros y acercándoles todo el equipamiento necesario para el transcurso de la carrera. Y debo decir que la tarea encomendada no ha resultado ser nada fácil. Hemos tenido que correr cual balas para estar ahí al pie del cañón en cada avituallamiento, aprender a orientarnos rápidamente para no fallarles, pasar frío e incluso aguantar la noche en vela con tan sólo unas horas dormidas en un coche. Aún así ha sido una insignificante menudencia comparado con lo que nuestros #PinchaWalkers han tenido que soportar: sobreesfuerzo, cansancio, dolores insoportables, horas sin dormir, frío extremo y muchas otras cosas más que iban surgiendo por el camino, a cada paso, a cada zancada de los interminables 100 km. Y de ahí mi admiración, mi más profundo ¡olé tus huevos/ovarios! Porque a pesar de estar exhaustos y casi al borde del ‘no puedo más con mi vida’, siempre nos recibían con una sonrisa en los labios, con un ‘gracias Rocío’, con un ‘qué suerte que estéis aquí’.
Y con eso me quedo, con eso y con esas caras de felicidad al cruzar la meta, esos llantos de angustia reconvertida en autorrealización. Y eso, para mí es la fortaleza, la superación. En definitiva, la VIDA misma colmada de grandes retos y grandes ilusiones.
Gracias por ser tan GRANDES, compañeros. Ha sido un placer estar con vosotros. Por una y mil veces más. ❤